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Friday, August 13, 2010

RUEDA DE LA FORTUNA

¡Más! ¡Más! ¡Más!

¡Más rápido! Gritaban los montados en la inmensa rueda de la fortuna. Voceaban también para sus adentros ¡Otra! ¡Otra! ¡Otra! Y la rueda comenzaba a girar. Unos iban arriba, otros abajo , luego unos abajo y otros arriba. La inmensa rueda tenía dos vistas: una al horizonte y la otra al solado. Tenía también dos colores para los carros: unos negros y otros blancos.

La rueda de la fortuna estaba en un parque caprichoso y vacilante; por eso no era raro escuchar a los de arriba gritando de júbilo mientras que los de abajo suplicaban: ¡Otra Vuelta!

Sunday, July 18, 2010

el duende.



El Duende despertó de madrugada.  No era la primera vez que esto pasaba. Con la barba empapada y los ojos bien abiertos, de un jalón estaba sentado con la espalda completamente erguida, el torso desnudo y las manos a los lados.

Alrededor de él reinaba el Silencio, un Silencio decorado con cigarras y conversaciones de aves de la noche, un río a lo lejos y otras vibraciones indescriptibles.  El Silencio de siempre en el viejo Bosque.
El Duende se levantó y salió de su cabaña.  El aire era cálido y húmedo, con un leve aroma a canela y hierbas, humo y flores de noche.  Caminó descalzo sin molestarse en ver el suelo, conocía bien esa tierra y la tierra lo conocía bien a él. La sensación de las ramas y las hojas en las plantas de los pies era algo cotidiano y los insectos al sentir el primer paso, sabían que debían apartarse de la ruta. 
Al llegar al río, el Duende zambulló la cara en el agua dándole un buen trago. Se quedó un par de segundos con la cabeza en el agua, sacando el aire por la nariz con las manos prensadas de las piedras de siempre, dejando que cada gota de sudor se mezclara para siempre con las aguas que irían a dar al Mar, luego a las nubes y de nuevo a la Montaña congelada, para derretirse y volver a las venas del Bosque.  El Duende conocía bien esas aguas y las aguas conocían bien al Duende.

Cuando sacó la cabeza y escurrió sus barbas se puso de rodillas y, tomando un poco de agua entre sus manos, la lanzó con fuerza al centro de su pecho. Repitió este movimiento tres veces, pausado y certero, con los ojos cerrados y la respiración acompasada. Se puso de pie. Metió los pies en el agua: primero el ágil y luego el fuerte.

Emprendió su regreso a casa por el mismo camino. Se detuvo junto al Árbol de las Memorias para mirar hacia arriba.  Entre las ramas del viejo árbol se podían ver las estrellas y los mundos lejanos, parpadeando al ritmo del caer de las hojas.  El duende se sentó en las raíces expuestas de aquel macizo, más antiguo que el tiempo, y cerró los ojos.

El aire más frío de la noche anunciaba la salida del Sol, los vientos de la noche que se apartan para dar lugar al rocío de la mañana, que se alejan para cobijar los sueños de algún sitio lejano que el Duende jamás conocería.

El Duende abrió los ojos y se levantó, el Bosque se preparaba para amanecer, los pájaros de la mañana hacían su parte en la orquesta del Silencio, luego los gallos y las libélulas, los perros y siempre el río.

Caminó hacia su cabaña y se detuvo frente a la puerta, sin abrirla. Con la mano recargada, a punto de empujarla hacia adentro, pero sin abrirla. Bajó la cabeza y respiró profundamente con los ojos apretados. Se dio la vuelta y siguió caminando alejándose, poco a poco y sin mirar atrás, de su cabaña, del Árbol de las Memorias y de todo lo que se le hacía familiar.

Caminó hasta el límite del Bosque, hasta el lugar donde ya no se escucha la cigarra y donde los árboles no tienen memoria, donde el río se viste de negro y hay un solo camino.  La tierra era muy dura y muy caliente para los pies del Duende que estaban acostumbrados a la humedad de la tierra y las cosquillas de las ramas.  Pero el Duende no podía detenerse ni volver atrás, sabía lo que había en el Bosque y lo amaba, pero en su interior vibraba una sensación que jamás había sentido, una curiosidad insaciable, quería ir al lugar al que iban los vientos de la noche y del que venían los calores de la mañana. Quería saber hasta dónde llegaba ese único camino caliente.

El duende siguió caminando por la dura tierra, dando brincos cortos para no quemarse, hasta que se encontró con un Hombre que caminaba hacia él.

El Duende y El Hombre se miraron a los ojos.  El Hombre lloraba y El Duende conoció en sus ojos todo lo que existía fuera del Bosque, conoció el verdadero Silencio y el Dolor del Alma.

El Duende abrazó al Hombre y lo llevó con él al Bosque. Enjuagó sus lágrimas en el río y le enseñó el camino a su cabaña.

Con el tiempo, el Hombre se acostumbró a vivir en el bosque y descubrió las voces del Silencio. El Bosque también se acostumbró al Hombre.

El Hombre intentó enseñarle al Duende sobre el tiempo, pero el Duende no quería aprender nada que no pudiera aprender del Silencio.

El Duende no sabía hablar y su Sabiduría era ilimitada, todo frente a él era infinito, hasta el día que aprendió la primera palabra, y la segunda, y la tercera. Comenzó a saber los nombres de todo cuanto lo rodeaba y lo infinito se convirtió en finito.  La Sabiduría se volvió conocimiento.

El Duende nunca volvería a hacer nada que no pudiera explicarse con palabras, ni a escuchar nada que no estuviera conformado por ellas.


El Duende despertó de madrugada.  El Hombre se había ido, y por primera vez en su conciencia, El Duende se sintió solo.

Caminó hacia el límite del Bosque por un camino que no conocía, se lastimó los pies con las ramas y aplastó algunos insectos. La cigarra cantaba con fuerza y las voces del Bosque gritaban sin cesar, pero él había dejado de escucharlas. El Duende se había olvidado del Bosque y El Bosque se había olvidado de él.

El Duende se detuvo, y cansado decidió volver atrás, pues ahora sentía miedo de aquella oscuridad.

Con el tiempo se olvidó de las palabras, pues no había quien las escuchara; se olvidó de los nombres y de cómo pronunciarlos; se olvidó del Hombre y de lo que había fuera del bosque.  Se olvidó del conocimiento y comenzó a recordar.






revista de juguetes.


Tienes los pies colgados con una distancia grande entre ellos y el suelo. una fotocopia bien producida de tus dos huellas, aunque en el piso se ven más grandes. como si reflejaran el tamaño de pie que en unos años vas a tener. pero eso ahora no lo sabes porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


Estás ahí, mientras esperas en el hospital público Ramos Mejía a que atiendan a tu abuela, a la que llamas mamá. quizá porque la tuya murió hace tiempo o se olvidó de ti, pero eso ahora no lo sabes porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


La pones a tu lado derecho y empiezas a hojearla de atrás hacia adelante y pasas una, dos, tres, cuatro, todas las páginas como si buscaras algo que antes habías visto. La volteas de nuevo y empiezas otra vez de atrás hacia adelante, una vez más sin detenerte. regresas a la contraportada y haces la misma dinámica, cuentas las hojas por género: pasas las rosas, esas son para las nenas. pasas las azules pero no te detienes.


De pronto, en una página, ves a los Power Rangers y se lo dices a tu abuela que ahora te acaricia la cabecita. escoges el rojo, el que tiene más poder y lucha contra los malos del mundo. para ti los malos son seres disfrazados, y creeme que no cambian mucho en la vida adulta, igual no se ven, igual se camuflajean en altos mandos, en caras de bondad fingida y conveniente. pero eso ahora no lo sabes porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


Fijas tu mirada en esos cuatro muñecos y recuerdas haberlos visto en la televisión todas las noches cuando te regresan de la guardería en la que has estado todos tus años. las manos de las enfermeras te resultan familiares desde bebé. Escuchabas entonces el llanto de otros tantos, TANTO, que se convertía aquel escándalo en la canción de cuna que te arrullaba y te quedabas dormido hasta que tu abuela te llevaba de vuelta a la casa. pero eso ahora no lo sabes porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


Ahora cruzas los pies y sigues clavado en esa página con tus manitas entumidas de lo fuerte que la sostienes. faltará mucho todavía para que atiendan a tu abuela. ella tiene la ficha 130 cuando dan las diez de la mañana y todavía ni siquiera ha pasado la chica de enfrente con el número 110. esa chica que escribe alguna tarea pendiente y que apenas puede, porque tiene las manos bien hinchadas y la boca y los ojos que a penas se asoman entre sus párpados salados.


Son las diez de la mañana y el hospital está lleno. hay ahora más de 150 personas esperando en la sección de alergias y ni se diga de otros pabellones más populares como el de las afecciones respiratorias o las digestivas, o últimamente oncología: la epidemia más reciente que va con el dolor a causa de la incertidumbre y angustia de las vidas rencorosas.

pero eso ahora no lo sabes porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


Tomas la revista con las dos manos y te la topas en la frente como para recordar el lugar en dónde has visto a los Power Rangers y quizá te acuerdas de nuevo que en la tele. Sí. Vuelves a aquel sillón entre mostaza y café con manchas de salsa catsup que has derramado cuando los ves cada noche a las ocho en punto cenando un hot dog que te prepara la abuela y que lo parte en mil para que no te le vayas a atragantar. en los comerciales le pides otro y ella te dice que "tanto hace daño" ; pero en realidad, quisiera darte otros tres o cuatro porque te ve tan flaco, tan palidito, con esas costillas punzantes como si "don hambre, el afilador" acabara de hacer su trabajo. y debajo, una pancita con bichos dentro, bichos de la mamila que compartes con los otros tantos en la guardería.


Hace poco te llevaron al hospital porque una noche no parabas de llorar y vomitar. la fiebre te subía muy alto y te pusieron hielos sobre toda la piel. tu abuela lloró mucho aquella noche, tenías entonces una infección que casi te deja ahí dentro por un mes. Pero eso ahora no lo sabes porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


El señor de enfrente ya pasó al consultorio, quizá falte poco para su turno. ahora tu juegas con las manos y tu boca. parece que ya te cansó la revista. haces trompetillas y con las manos formas un avión que despega desde el banco hasta la cabeza con spray de tu abuela. no hace falta preguntarte lo que ves porque yo también lo veo. veo la pista larga, escucho el sonido del avión y lo veo volar entre esas nubes blancas que han visto pasar pericos, colibríes, tucanes, palomas, águilas, halcones, y quizá pronto algún zopilote. y ahí estás tú, volando con los dedos en la cabeza de tu abuela, del amor de tu vida, de la madre más linda. y tus dedos juegan ahí. no es más un avión, ahora es un niño. quizá algún pasajero que cayó de la nave, y pasas ahí un rato haciendole cariñitos a la señora bendita con los tobillos cansados, a la señora de las nubes blancas.


La voz de una enfermera interrumpe aquél momento, grita: 13o! rosa! y tu abuela a penas dice: presente. entonces vas con ella de la mano.


Al entrar, la doctora los hace sentarse en dos sillas frente a su escritorio. aún tienes la revista en la mano hecha rollito.

miras fijamente a esa mujer. te impresiona su bata blanca, reluce y hace que te duelan los ojos, esos ojitos cafés a medio tapar por el fleco despeinado de tu frente. y empiezas a hacer con la nariz como hacen los conejos. debe ser el olor del cloroformo. el mismo que usan para preservar los cuerpos en los anfiteatros. esos cadáveres que a días de morir tienen todavía crecimiento capilar y se ven ahí dentro de tinas con la piel resbalosa y fría, con los ojos secos como de pescado, con cebo en dónde antes quizá hubo una rubia, trigueña o pelirroja. esos cuerpos que son llevados ahí cuando nadie los reclama. esa gente que muere y punto. esas personas que no reciben arreglos florales, ni fotografías encima de la tumba, ni velorios, ni entierros, ni una lectura memorable acerca de su vida ni llantos desgarrados frente a su lápida. esos cuerpos que nadie sabe a qué alma pertenecen; pero que seguramente fueron hermosas como todas las demás. de cualquier modo el mundo sigue su curso, las personas lloran pero deben olvidar para seguir viviendo hasta que mueran también. te darás cuenta pronto, aunque ahora no lo sepas porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


La doctora revisa a tu abuela y no se ve tan contenta. tu vas hacia la báscula del consultorio. te subes y te pesas. la báscula marca 50 kilogramos, ciertamente mucho más que tu peso real. y juegas ahí por horas, comienzas a desesperarte y entonces te muerdes las uñitas. quizá no lo relaciones todavía pero hacías lo mismo cuando tu abuelo no llegaba a la casa. se sentaban los dos en el sillón a esperarlo y cuando por fin lo veías en el marco de la puerta, se veía tan cansado que iba directo a su cuarto.

Entonces tu abuela te llevaba con él para darle unos besitos y para que el te acariciara y olvidara su desgracia con tu cara, con tu risa, con tu encanto inocente.

el abuelo que murió hace unos años cansado de buscar a qué dedicarse, cansado de tratar de poder, cansado de intentar ser fuerte cuando ya no lo era, y tenía que pretenderlo.

en este mundo el que no puede, no trabaja, y el que no trabaja, no come y seguro que se cansa.

cuando era joven trabajó mucho y en tiempos prósperos era dueño de muchas hectáreas, pero vino la revolución y un día al despertar, después del sudor de tantos años, las vió arder en llamas.

Después de eso, fue difícil producir otra vez. pero eso ahora no lo sabes porque eres sólo un niño con una revista de juguetes.


Hay en el escritorio de la doctora un bote con dulces. tomas uno, lo desenvuelves y te lo metes a la boca junto con tres dedos, todos chupados los secas en tu camisa. la doctora le dice a tu abuela que tendrá que internarla, quizá por unos días, no especifica cuántos y tu entiendes lo que significa. entiendes que la abuela no volverá hoy en la noche contigo. ella te toma de la mano y salen al corredor junto a la doctora. tu abuela te besa en la frente como te besaba tu abuelo y te da la bendición. hueles por última vez esas nubes bañadas de olor a rosas y se te cae la revista al suelo. rodeas a tu abuela y le dices que la quieres mucho. ella te dice que vayas a casa y que no te olvides del que siempre te acompaña y al que siempre le reza. le salen algunas lágrimas y tu se las secas. recoges tu revista y sales del hospital caminando por una banqueta con árboles copados y ruido alrededor. de pronto en una esquina ves una tienda de juguetes. es enorme y se te ilumina la cara. una mujer con una bitácora para anotar tus datos sigue tus pasos pero a ti no te importa quién es, sólo sabes que te acompañará a casa. es una mujer bonita y joven, te transmite algo especial, quizá sea tu primer amor , como el amor de la maestra del kinder. Ella te sonríe porque eres un niño realmente lindo. seguramente trabaja para el hospital y te llevará a recoger tus cosas para entregarte a un nuevo hogar.


Aquí doblo a la derecha.


Te veo parado afuera de la tienda de juguetes, viendo esos power rangers, queriendo ser el rojo...


No sé qué pase contigo, el de los piececitos colgados, y tú tampoco. porque ahora eres sólo un niño con una revista de juguetes.